Al hablar de la conducta en general, debemos saber que un determinado comportamiento es el resultado por un lado y en un cierto porcentaje, de la herencia genética, y en un grado quizá mucho mayor, de la educación y experiencias vividas especialmente en las primeras etapas de desarrollo del cachorro.
Distintos estudios científicos revelan aspectos que hasta ahora no eran tenidos en cuenta en la influencia futura del carácter, como el hecho de que las hembras que soportan un alto grado de estrés durante la gestación, traen a este mundo cachorros con más tendencia a la excitabilidad. Por poner otro ejemplo, los cachorros que aún no han abierto los ojos o los oídos, son receptivos a numerosos estímulos externos como los cambios de temperatura o el contacto físico con el propietario, transformándose estas en experiencias enriquecedoras para el carácter del animal. De todas formas, las etapas posteriores en la vida del cachorro serán más importantes y por ello, en cuanto al desarrollo de la conducta, se distinguen 4 periodos bastante diferenciados:
-Periodo neonatal, desde el nacimiento hasta las 2 semanas de edad.
-Periodo de transición, entre las 2 y las 3 semanas de vida.
-Periodo de socialización, el más importante en el desarrollo del comportamiento, y se prolongaría desde las tres hasta las 10 ó 12 semanas.
-Periodo juvenil, comprendiendo desde los 3 hasta los 6 meses.
Según esto, nuestra forma de actuar en función de cada periodo nos aconsejará que, en los cachorros menores de tres semanas, es importante un cierto grado de estimulación táctil por parte del propietario, suaves cambios de temperatura, la exposición a determinados ruidos de baja intensidad, así como a cambios en la luminosidad del alojamiento, y por supuesto, al contacto del cachorro con la madre y hermanos.
Sin lugar a dudas es el periodo de socialización y de ahí su nombre, en el que el cachorro tiene un mayor grado de aprendizaje y acostumbramiento a las situaciones nuevas. Esto le permitirá por ejemplo aprender a controlar la agresividad, si muerde y provoca dolor a su madre o hermanos, a no tener miedo a los sonidos de una ciudad, a convivir con las personas y muy especialmente con los niños, etc. Es en definitiva el momento de acostumbrarse a “cosas o situaciones” de su entorno. Aquellas experiencias que no se produzcan durante este periodo serán más difíciles de tolerar en un futuro por el perro adulto. Si no existe contacto con personas u otros perros, este animal de adulto será agresivo con los individuos de su propia especie y podrá resultar agresivo o tímido con las personas. El periodo juvenil también permite adaptarse a distintas situaciones pero sin lugar a dudas, de una forma menor y más costosa que a edades más tempranas.
Las consecuencias prácticas y lógicas de todo lo expuesto son por un lado el intentar enriquecer las experiencias precoces del cachorro, y por otro, que el momento ideal de la adopción de un cachorro para llevarlo a su nuevo hogar rondaría las siete u ocho semanas de edad. De esta forma permitimos en un primer momento una socialización hacia los perros gracias al contacto con la madre y los restantes cachorros, y posteriormente un acostumbramiento a las personas, al incorporarse a su nuevo hogar en la mitad del periodo de socialización.
También es importante que el “destete” se realice de una forma gradual, con sucesivas separaciones de la madre cada vez más prolongadas. Esto lo hará el criador al separar progresivamente a la perra y evitará la ruptura brusca de los lazos afectivos del cachorro, que pueden originar inseguridad en el mismo, y futuros cuadros de ansiedad.
En relación con la presentación de problemas de conducta según el origen del animal, existen estudios que corroboran que aquellos comprados a particulares en los que se supone habrá existido un mayor contacto con las personas, puedan manifestar menos alteraciones de conducta, en comparación con los que se hayan desarrollado aislados en una jaula de un comercio. De todas formas, tanto los criadores como los propietarios de pajarerías pueden ofrecer animales perfectamente socializados si se realiza un esfuerzo para cumplir las recomendaciones anteriores. Donde quizá hay que ser más precavidos es al aceptar animales de edades más avanzadas o incluso adultos en protectoras o como regalo de otras personas. Por supuesto que nada hay mejor que adoptar un animal que ha sido abandonado y con un futuro incierto, pero debemos asesorarnos muy bien del carácter del mismo para evitar recoger animales que, habiendo podido ser abandonados precisamente por alguna alteración de la conducta, puedan llegar a ser incluso peligrosos; por ejemplo, un animal con cierto grado de agresividad que se introduzca en un hogar con niños.
Normalmente no se da la suficiente importancia a todos estos aspectos que en una gran medida van a ser determinantes en el desarrollo y en la aparición o no de determinados problemas de conducta futuros. Haciendo hincapié en todas estas ideas, el cachorro separado precozmente de la camada y criado en aislamiento de otros perros, será en el futuro un animal agresivo con los miembros de su especie (incluso con los del sexo contrario o cachorros); y aquel cachorro mal socializado con las personas podrá manifestar problemas de agresividad hacia el ser humano por miedo u otras causas. También y por timidez podrá desarrollar ansiedad, fobias a personas u otras conductas inapropiadas.
Como conclusiones recalcar la importancia de la socialización y la educación en la génesis de muchas alteraciones de conducta, muy por encima de las características raciales o genéticas. Un animal equilibrado será aquel que tenga un comportamiento acorde con las características de su raza, sexo o naturaleza y que le permita adaptarse sin problemas al entorno en donde deba vivir. De todas formas, en etología no hay verdades categóricas y no debemos entender todo ello de una forma tajante o estricta, sino como unas medidas tendentes a la obtención de animales equilibrados.
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