Como es bien conocido por la gran mayoría de la población, la rabia es una zoonosis (enfermedad de los animales transmisible al hombre), de consecuencias siempre letales para el ser humano, si no se actúa con rapidez, instaurando el tratamiento oportuno (vacuna e inmunoglobulina específica). Aun a pesar de conocer su existencia, en muchos casos la mantenemos en el olvido, tomando decisiones que pueden ser arriesgadas, como veremos después. Esta enfermedad presenta una distribución mundial, con un gran número de mamíferos susceptibles, que actúan como reservorios de la infección, desde donde poder acceder al ser humano. Es por ello imprescindible establecer constantes sistemas de vigilancia y prevención, tal y como viene aconsejando la OMS (Organización Mundial para la Salud). Se calcula que produce la muerte a unas 55.000 personas al año, fundamentalmente en países en vías de desarrollo. Así mismo, se calcula que, gracias a la vacunación y tratamiento específico tras la exposición, en la actualidad se previenen unas 325.000 muertes anuales en el mundo. En Europa occidental prácticamente ha desaparecido la transmitida por animales domésticos (perros y gatos) y ha disminuido enormemente la que afecta a animales silvestres, gracias a las campañas de vacunación de estos animales. Por el contrario, en Europa oriental, incluida Turquía, todavía se producen muchos casos de rabia en perros domésticos. Especial significación ha tenido el reciente desplazamiento de miles de ciudadanos ucranianos con motivo de la guerra, que se han refugiado en distintos países europeos, acompañados de sus mascotas. Ucrania es uno de los países europeos con alta incidencia de rabia.
La rabia es una enfermedad vírica, producida por un virus del género Lyssavirus, que ocasiona trastornos en el Sistema Nervioso Central de los individuos afectados, y con consecuencias mortales en la práctica totalidad de los casos. Tras el contagio, generalmente por mordedura (aunque también por contacto de una herida con saliva infectada), aparecen síntomas inespecíficos, como fiebre, cefalea, malestar general, prurito en el punto de entrada; para posteriormente presentar síntomas neurológicos típicos: excitabilidad, alucinaciones, hidrofobia (por espasmo de los músculos de la deglución), delirio, convulsiones y sobreviene finalmente la muerte en pocos días. Se diferencian en el contagio 2 tipos de ciclos, que pueden estar interrelacionados: el ciclo urbano, en el que el principal papel lo juegan los perros y los gatos, y el ciclo selvático, con la participación de especies salvajes tales como zorros, murciélagos, lobos, etc. Existe otra vía de contagio por inhalación, debida a la exposición a aerosoles, como sucede en cuevas con elevada concentración de murciélagos, ya que estos parecen ser inmunes a la enfermedad, o al menos les afecta de forma poco grave, pero pudiendo contagiarla.
La rabia urbana ha sido la forma epidemiológica dominante a lo largo de casi toda su historia en Europa. La vacuna surgió gracias a Louis Pasteur, hace poco más de un siglo, como una herramienta de enorme eficacia que permitió reducirla hasta su práctica eliminación en las primeras décadas del siglo XX. Sin embargo, en 1939 se produjo un “salto específico” de perro a zorro que dio lugar a una epizootia de rabia selvática que actualmente continúa. Desde su inició en la frontera ruso-polaca, se ha ido extendiendo progresivamente alcanzando su máxima incidencia y extensión geográfica en 1984 con casi 25.000 casos de animales declarados, alcanzando hasta el oeste de Francia. A partir de esta fecha comenzó a retroceder poco a poco estabilizándose en 1992 en cifras que oscilan entre 5.000 y 10.000, restringidas a los países del este. Aunque hay muchas especies animales susceptibles, el zorro es el único reservorio que mantiene de forma importante el virus en la naturaleza. La vacunación de los zorros mediante vacunas vía oral en señuelos, ha sido el arma que ha permitido su control en Europa occidental. Por otra parte, mientras la rabia siga siendo endémica en Marruecos, es muy difícil, si no imposible, evitar el paso de animales infectados a Ceuta y Melilla. La posibilidad de importación de casos a la Península parece haberse elevado en los últimos años debido al enorme aumento del flujo de personas a través del Estrecho de Gibraltar. Por otra parte, la libre circulación de personas a través de las fronteras de la Unión Europea podría facilitar la importación de algún animal infectado desde alguno de los países que actualmente continúan presentando la enfermedad en su ciclo salvaje.
Situación de la rabia en España
En España la rabia era un problema importante de salud pública durante la primera mitad del siglo XX, baste recordar que en la década de los 50 se registraron todavía más de 5.000 casos de rabia animal; con 36 casos de rabia humana en 1951. En 1966 España declaró extinguida esta enfermedad, aunque en 1975 se produce un brote originado en Málaga a consecuencia, según todos los indicios, de un animal enfermo propiedad de un turista, que se extendió a Granada y Madrid, ocasionando 3 casos en humanos (uno mortal) y en gran número en animales (más de 125) y que finalizó en 1977 tras adoptar medidas drásticas (en el año 1975 sólo la provincia de Málaga se sacrificaron 10.500 perros). Además, el hallazgo de dos zorros infectados en los últimos momentos del brote hizo temer la instauración de un ciclo selvático de difícil control pero, afortunadamente, no volvieron a detectarse nuevos casos en estos animales. Pero las dos ciudades españolas situadas en el norte de África (Ceuta y Melilla) presentan esporádicamente casos de rabia en animales domésticos (perros), debido a la permeabilidad que existe en sus fronteras con el reino de Marruecos, en el que esta enfermedad sigue presente.
En 2004 un ciudadano austriaco viajó a Marruecos con su perro, el cual, tras unos días, mostró una conducta extraña y le mordió, infectándole de la rabia. Al no solicitar atención médica en Ceuta hasta empezar a presentar síntomas, nada se pudo hacer por él, falleciendo poco tiempo después. Ese mismo año se produjo un brote en Francia, afectando a unas 25 de personas que tuvieron que ser tratadas con suero y vacunación antirrábica, motivado por otro perro llevado desde Marruecos, pero atravesando territorio español. Recientemente hemos tenido dos situaciones de importancia, en 2012 un cachorro de perro adquirido en Marruecos viajó durante días con sus propietarios a través de nuestro país, hasta llegar a su destino en Holanda, en donde se descubrió que tenía la rabia. Por otra parte, en el año 2013, con mucha mayor trascendencia, se produjo un brote de rabia en Toledo, en un perro que residía en Cataluña, pero que desarrolló la sintomatología en esta otra Comunidad, con agresión a 5 personas (entre ellas varios niños), que precisaron del tratamiento antirrábico de urgencia, lo que permitió salvar sus vidas; siendo además necesario declarar una zona de control y cuarentena de los perros de la zona. La elevada tasa de vacunación de los animales de la zona permitió controlar la enfermedad con rapidez y seguridad. El año 2022 y lo que llevamos de 2023 han sido especialmente preocupantes en Melilla, con un elevado número de casos en perros que incluso han mordido a personas.
Las campañas de vacunación que durante muchos años han sido obligatorias en todo el territorio español, han sido las responsables de la erradicación de la enfermedad en todo el territorio peninsular e insular, con la excepción de los casos mencionados en Ceuta y Melilla. Posteriormente, al ser transferidas las competencias sanitarias, varias Comunidades Autónomas retiraron la obligatoriedad de la vacunación sin haber realizado estudios de protección en los perros que avalaran esa decisión. Es curioso constatar que, aquellas comunidades fronterizas con Francia (Cataluña y País Vasco) y con Marruecos (Andalucía) por las que los riesgos de entrada de la enfermedad son mayores, fueron precisamente las que retiraron esta obligatoriedad; aunque afortunadamente se volvió a declararla obligatoria desde hace unos años. La OMS (Organización Mundial de la Salud) felicitó en el pasado a España por sus óptimos resultados con la vacunación antirrábica, recomendando que se continuara haciendo. El Consejo General de Colegios de Veterinarios ha comunicado en repetidas ocasiones su oposición a la retirada de la vacunación obligatoria en determinados territorios españoles. Si bien existen estudios de que algunas vacunas pueden ofrecer una inmunidad en los perros de 2 años, consideramos que es preferible mantener la obligatoriedad anual por dos razones fundamentales, por una parte porque muchos propietarios olvidan o se retrasan en gran manera en sus revacunaciones y ello podría conducir a que si se distancia la obligatoriedad, los olvidos o retrasos harían que una parte importante de nuestros animales tuviera una insuficiente protección; y por otro lado, en el caso de propietarios no demasiado responsables, sus animales podrían pasar grandes periodos de su vida sin un mínimo control veterinario, que vele por la salud general de las personas. Todos los animales deberían ser supervisados al menos una vez al año, ya sea con la vacunación antirrábica o en campañas anuales de otro tipo.
En conclusión, el riesgo de sufrir una importación de rabia en España, especialmente desde el Norte de África, es real y creciente y debemos estar preparados para que un previsible episodio de estas características no desencadene un brote. Para ello es imprescindible mantener, tanto la vacunación obligatoria de animales domésticos como la vigilancia epidemiológica, con una correcta identificación individual de las mascotas, siendo el profesional veterinario un protagonista de primera línea para ambas actuaciones sanitarias.
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